La adaptación de un libro a la pantalla grande no siempre suele resultar airosa, menos aún si se trata de una novela biográfica, y si el personaje en cuestión es un genio mentalmente enfermo. Una Mente Brillante, sin embargo, es una de las contadas excepciones bajo estas condiciones.
El director Ron Howard (Apolo 13) nos sorprende con la historia de John Forbes Nash (Russell Crowe), un extraordinario matemático, estudiante de la Universidad de Princeton en los años 30, cuyo objetivo es descubrir el hilo negro, alguna teoría matemática por descubrir para ganarse el respeto de sus colegas y la fama que todo genio merece.
La tesis que varios años más tarde (1994) lo haría acreedor al Premio Nóbel, sin embargo, nada tiene que ver con la decodificación de claves secretas, cuestión con la que Nash está obsesionado. Su aportación consiste más bien al área de la economía, desafiando los principios asentados por el filósofo y político escocés Adam Smith.
Como profesor de maestría en una universidad de Nueva York, Nash conoce a Alicia Larde (Jennifer Connelly), una de sus estudiantes, quien lo invita a cenar. A partir de entonces, Alicia se convertiría en la compañera de toda su vida, y para él, su razón de ser.
Mas no todo fue felicidad en la historia de John Nash. Una enfermedad lo aquejaría desde su etapa universitaria y se iría agravando hasta mandarlo a un hospital psiquiátrico: la esquizofrenia. Nash sufría las alucinaciones más nítidas, resultándole imposible distinguir lo real de lo imaginario. No obstante la desesperante situación, Alicia se propuso sacarlo adelante.
Basándose en el libro de Sylvia Nasar, el guionista Akiva Goldsman (Tiempo de Matar) consiguió obtener una historia hermosa de un verdadero drama. Y es aquí donde es justo mencionar la grandeza del título original, Una Mente Hermosa que fue traducido al nombre, aceptable, aunque un tanto frío y menos expresivo, de Una Mente Brillante.
Por Noel Algara
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